martes, 15 de junio de 2010

LA HERIDA ABIERTA…



Desde la ventana del autobús Germán comprobó el colorido de los puestos de flores, más abastecidos que de costumbre dadas las fechas. Bajó tan ágilmente como sus años le permitían. Y tras departir con la florista a la que acostumbraba comprar los ramos se encaminó con las flores al interior del cementerio como hacía cada año en vísperas de la fiesta de los Difuntos. Primero sacudió como pudo la lápida con un trapo que llevaba en la bolsa. A continuación se acercó a la fuente próxima y llenó de agua la botella de plástico que había traído. Después la fue vertiendo sobre el mármol concluyendo así la limpieza. Tras depositar las rosas, se sentó a contemplar el resultado en uno de los bancos que había justo en frente.

-Tampoco hacía falta que te esmerases tanto con mi lápida. Total… ¡para lo que va a durar limpia! –oyó a su espalda una voz familiar rompiendo el silencio.

-¿Madre? –dijo Germán levantándose. ¡Estás viva! –exclamó sorprendido y contento.

-No hijo, no. Muerta y bien muerta –le espetó despejando sus dudas. –Venga, levántate y date prisa, que ya mismo será “la salida” y tenemos que buscar a tu padre –terminó en su tono exigente de siempre mientras echaba a andar.

-¿Qué salida? –preguntó mientras por detrás la seguía.

-Tu padre y los compañeros que van a salir de la fosa, como cada año –dijo ella volviéndose como para esperarle.

Para estar muerta, su madre caminaba tan deprisa como Germán la recordaba. Y a duras penas conseguía alcanzarla. Pronto comprendió que se acercaban a donde se creía estaba enterrado su padre: una fosa enorme que fue acotada durante el primer mandato en la ciudad de un alcalde progresista casi al inicio de la Democracia. Y sobre la que se erigió –con la discreción que imponían las circunstancias- un monolito en recuerdo a los fusilados republicanos que los sublevados habían ido matando desde aquel fatídico mes de julio y durante todo el verano, cuando él era un niño.

Al llegar, había muchísima gente en torno al monumento. Y ella, con la diligencia que la caracterizaba, se fue abriendo paso hasta llegar a no tener a nadie por delante. Tan sólo una original balaustrada sobre la que apoyarse.

De entre algo parecido a una polvareda blanca que lo envolvía, tan espesa como la niebla, iban saliendo hombres sin parar. Hombres maduros. Y también jóvenes… ¡Míralo! –exclamó su madre. ¡El de la gorra gris! –afirmó mientras le hacia señales con el brazo. ¡Juan Antonio! –le gritó. A lo que él respondió con aquella sonrisa blanca, bajo la tupida y recortada barba que de siempre la enamoró, en tanto se abría paso hasta llegar donde ellos estaban. Se abrazaron en medio de un mar de afectos a su alrededor. De efusiones. De reencuentros queridos. Deseados.

-No. No son pulseras –le dice su padre, con la voz grave que le provoca el recuerdo amargo, al sentir los ojos de Germán sobre su muñeca, liberada del puño de la camisa por dar una calada al cigarro que fuma.

–Son lo que queda de los alambres con que nos amarraban antes de darnos el tiro –termina diciéndole éste mientras extiende sus brazos para que lo vea mejor.

Apartados ahora, y sentados los tres sobre una lápida a modo de banco, sus sombras se proyectan merced a la luz de una luna llena. Tiempo de preguntas que nunca pudieron hacerse, de respuestas… y de concluir que es el momento de los nietos. Los hijos bastante tuvieron con sobrevivir. Mientras hablan pausadamente y las voces se escuchan algo más alejadas, su madre le pasa un brazo por encima al marido añorado mientras recuesta su cabeza sobre el hombro de él.

-¡¡Es la hora!! ¡Todos a la puerta! –grita alguien que se acerca entonces de entre el tumulto de gente para avisarles.

Mientras se unen a la muchedumbre murmulleante, la madre, responde a Germán, aunque éste no ha preguntado nada. Que la cara a veces no necesita lenguaje que la interprete.

-Vamos a recibir a los que están “fuera” –le dice ella.

-¿A los de fuera? –cuestiona ahora éste.

-Sí. Cada año, en esta noche, los que están en las zanjas y en las cunetas vienen a juntarse con los que están en el cementerio –le explica el padre.

-De alguna manera hay que demostrarles que aunque los vivos los tratéis como tal, no son unos perros –reafirmó ahora más serio.

Al pararse, vieron por encima de las cabezas de la muchedumbre abrirse girando las cancelas de hierro de la entrada al cementerio. Fue entonces, y sin que mediara palabra alguna, que todos se fueron apartando a ambos lados de la avenida, bordeada de altos cipreses, hasta dejar despejado, y visible, el adoquinado del suelo. Poco a poco, una procesión de hombres y mujeres fueron entrando… El murmullo, finalmente, se hizo respetuoso y cortante silencio.

-¿Tanta gente hay mal enterrada? –bisbiseó Germán a su madre, a la vista de lo que sus ojos contemplaban.

-Más de lo que los vivos calculáis –sentencia ésta sin dejar de mirar el paso lento de los que desfilan agradecidos por las muestras de respeto con que son recibidos. Y que manifiestan con su mirada, con su sonrisa. Y en el asentimiento con la cabeza. O llevándose la mano al corazón.

-¡Oiga, señor¡ -Oye decir mientras siente una mano sobre su hombro. -¿Se encuentra bien? –pregunta el guarda de seguridad mientras Germán vuelve en sí, se remueve en el banco y comprende por fin que se ha quedado traspuesto. Y se disculpa por ello.

-Estamos cerrando ya. Móntese conmigo en el coche y le dejo en la puerta de entrada –le dice el joven mientras le señal el vehículo estacionado.

Mientras el taxi que requirieron desde la oficina de vigilancia a la entrada del recinto bordea la rotonda para salir del cementerio, Germán mira desde el asiento junto al conductor como los puestos de flores hace rato que cerraron ya. Desembocando a la carretera y sin dejar de conducir, el taxista manipula la emisora hasta seleccionar una cadena con tertulianos opinando. Germán, aunque se siente incómodo con lo que oye, calla con la prudencia de siempre.

-Con la de problemas que tiene España y algunos intentando remover la mierda. ¿Por qué no dejaran a los muertos tranquilos? ¡Menos cuentos con la memoria histórica y más solucionar el paro! –dice el conductor.

-¡Haga el favor de parar! –exige Germán fulminándolo con la mirada.

-¿Cómo…? No hemos llegado donde me dijo –dice el taxista.

-Soy yo quien contrata su servicio. Pero nada más. Y si le digo que pare, me para. No tengo por qué oír las necedades de un nazi por muy periodista que diga ser. Pero mucho menos sus estúpidos comentarios ¿Entiende de qué coño le hablo? ¡Cóbrese! –le dice dándole un billete con energía.

Y a continuación y mientras el taxista perturbado busca para devolverle el cambio le dice: -Mire: para pasar una página, primero hay que leerla. ¿Usted y los que son como usted la han leído? ¿Saben qué fue lo que pasó en este desgraciado país hace más de setenta años?

-Oiga, señor: ¡Estamos en democracia, y cada cual piensa lo que quiera! –dice el taxista ladeándose para alargarle la vuelta.

-¿Democracia? –pregunta Germán con la puerta aún abierta. ¿Dónde está enterrado el dictador ostentosa y obscenamente? ¿Dónde continúan mal enterradas sus víctimas? ¿Qué se hace con quien desde la justicia pone nombre al franquismo y apellido a sus fechorías? ¿Qué clase de Democracia no es capaz de sacar a la luz su propia y nauseabunda reciente historia? ¡Váyanse al carajo! –le espetó con un sonoro portazo.

Germán caminó con un brío como hacía tiempo no le salía del cuerpo. Tanto, que casi dio un traspiés pisando el borde de la carretera. Al adelantarlo, el taxi le tocó el claxon.

¡A la mierda….! –gritó. Y siguió caminando.

©narbona


“A quien dice: dejad en paz a los muertos, les respondo: ¿están los muertos en paz? ¿Estamos en paz con ellos?”

Joan Manuel Serrat


Contra la impunidad

El momento de cerrar la Transición

10 comentarios:

  1. (16.6.10 15:12)
    Recuerdos..
    Vuelve a mi memoria aquellas horas en las que mi abuelo nos relataba su experiencia. Germán era su nombre y la herida todavía escuece cada vez que recordamos la maldita Dictadura.
    Gracias.
    Vagalume

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  2. Gracias por tu comentario. Compartimos idénticas emociones, además del gusto por las letras.

    Un beso.

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  3. gricele (16.6.10 19:48)
    La Democracia debe restañar las heridas que la Dictadura causó y el daño moral que ocasionó a tantos españoles en el nombre de España.
    Conocer dónde están los familiares muertps y tener derecho a darles una sepultura digna será el descanso para los fallecidos y la mínima reparación debida a sus descendientes.
    Quien entienda que eso es acto de rencor, expresión de venganza, deseo de no pasar página, es que, aun teniendo ojos, no quiere ver; aun teniendo conocimiento, prefiere no razonar; aun teniendo memoria, prefiere distorsionar el recuerdo...
    Por eso siento vergüenza al ver las trabas y zancadillas ( o mejor, injusticias) que se cometen contra quienes tratan de recuperar la memoria histórica, de reparar errores de nuestro pasado y de investigar a aquellos que cometieron crímenes de guerra.
    Contemplo la perplejidad y estupefacción con que observa esto la comunidad internacional y me embarga un estado de abatimiento y una profunda tristeza.
    Un abrazo

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  4. Gricele... entiendo tu estado de ánimo. Pero eso es lo que algunos pretenden. Los de siempre. Pero observa la reacción de Germán al final del relato. Es una especie de ¡Ya está bien, coño! Un final que es principio de algo... porque creo que a estas alturas les va a ser difícil mantener el status quo de tanta impunidad como hasta ahora.

    Lo de Garzón no ha acabado. Vaticino que será el punto de inflexión para que haya un antes y un después de la "garzonada" ya que ha dejado al descubierto la auténtica "naturaleza" de nuestra Transición. Ni te cuento, a qué altura deja la Democracia. La cacería contra el Juez es infumable. Y pasará factura.

    Giuseppe de Lampedusa, en "El Gato Pardo" pone en boca de uno de sus personajes una frase que no hemos de olvidar: "Se trata de cambiarlo todo... para que todo siga igual" ¿Te suena?

    Transformemos nuestra tristeza en rebeldía. ¿HASTA CUANDO LA IMPUNIDAD?

    Gracias por tu comentario. Te lo agradezco.

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  5. Yo tambien soy de la opinión que para pasar pagína primero hay que leerla, hay que devolver la dignidad a todos aquellos que fueron tirados a las cunetas como perros y no callar sus historias que a fin de cuenta son nuestras tambien. Un beso

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  6. Pienso que la página de nuestra historia ya ha sido pasada y también leída, por eso lo que ahora toca es "investigarla" y a fondo con todas las consecuencias y sean quienes sean los implicados o las "familias" implicadas en esos crímenes.
    Un placer leer tus relatos. Saludos

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  7. Narbona ¡qué historia te ha salido! A pesar de lo trillado del tema- por lo frecuente-, has sabido darle un enfoque originalísimo. Y hablo desde el punto de vista literario.
    El otro punto de vista, el de la "memoria", más que de memoria requiere de tribunales y jueces, que parece que se han olvidado, o pretenden hacer olvidar, que los de Franco provocaron con su rebelión contra la República, además de ese millón de muertos (lo dijo Gironella) decenas de miles de muertos y desaparecidos tra terminar la guerra, "derrotado y cautivo el ejercito rojo...".
    Jueces hacen falta para poner de una vez en su sitio a las víctimas de la represión más cruel y sangrienta y a sus asesinos. La democracia se mostró blanda, dialogante y consentidora, y eso es un peligro frente a los buitres que además de serlo tienen descendencia.
    También quisieron hacer creer al mundo que los millones de muertos judíos en los campos de esterminio fueron sólo proganda sionista.

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  8. Devolver la dignidad a aquellos que la perdieron no es remover mierda.

    Dejar que un nieto pueda llevar
    flores a la tumba de su abuelo, no es remover mierda.

    Saber donde está enterrada tu familia no es, para nada, remover mierda.

    Remover mierda es conservar un mausoleo gigante, cobrando las visitas para ver la tumba del dictador.

    Remover mierda es conservar calles con los nombres de aquellos que se encargaron de infundir el miedo y el terror.

    Remover mierda es no dejar que se descubra la verdad, apartando del camino a quien se empeña por sacar a la luz todo lo que pasó.

    Remover mierda es conservar una absurda ley de Amnistía que protege las barbaridades que se cometieron.

    Remover mierda es taparse los ojos y no querer ver.

    Un saludo.

    Oski

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  9. Quizá hayamos empezado tarde. Lo que sí sé es que, ya comenzado, se debería de llegar al final y permitir que las familias entierren a sus muertos donde merecen. Así sólo se cerrará la herida.

    Abrazos

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  10. Creo que todo el mundo se merece la eternidad en paz, la armonia..muchos no pudieron decidir ni su destino, la historia la marco y ahora su memoria es en el mejor de los casos un nombre en algun lugar de España...

    Besos.
    Mar

    Suerte en el concurso.

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